POR FIN ERA LA CALMA

por Iván Dompablo R.

Por Iván Dompablo

La angustia de la noche anterior había dejado de ser una opresión en la garganta, un ahogo y un laberinto con sólo una salida. Sentada con la vista fija en la danzante llama, mientras que sus manos recargadas sobre las piernas sostenían un pedazo de papel higiénico arrugado por tanto uso, trataba de fijar en la memoria la figura, el timbre de la voz y lo dicho, tal vez también el aroma. Esa era la razón que la hacía volver una y otra vez sobre sus recuerdos; los cuales al principio ganaban en riqueza, detalles nuevos se desvelaban tras una segunda, tercera, cuarta… lectura: una arruga en la camisa, un brillo que se colaba por la ventana, la aspereza que tenía el rostro mal rasurado. Sin embargo, llegó el momento en que ya no hubo más, incluso cada retorno comenzó a desgastar la nitidez que había logrado en ellos.

Alguien de la familia tose, son las tres de la madrugada y el frío comienza a colarse bajo la piel, la euforia ha abandonado a los aún presentes que se resignan a quedarse quietos en sus sitios. Ya se han contado todas las anécdotas posibles. Soñolientos todos, se resisten a la derrota, pero sus mentes divagan, trémulas sombras haciendo guardia ante el abismo. Las calles deben de estar casi desiertas y las luces de las casas apagadas.

Cuando lo trajeron, ella quería que los dejaran solos. Sacar la maleta en donde estaban guardadas, junto con los papeles más diversos, las pocas fotografías que tenían, y contarle, otra vez, cómo se había salvado de la fiereza de los gansos cuando era niño, gracias a la cualidad de andar gateando por el patio en vez de caminar, pues su hermano mayor que sí caminaba, constantemente era atacado por una horda de furiosos patos que se creían dueños de ese territorio. En cambio él y el perro eran respetados por su andar en cuatro patas. Quería contarle también de dónde provenía la cicatriz que tenía debajo de la barbilla. Quería… Sin embargo, cuando por fin los dejaron solos tuvo que conformarse con vestirlo. Había tanto por disponer.

Entonces, todavía no era la ausencia, aún era un pinchazo no ubicable que cambiaba de lugar, que se retorcía, que por momentos parecía ser falso. Además, las mismas circunstancias reclamaban cierta atención de su parte, responder a preguntas prácticas de familiares acomedidos que, torpemente, trataban de ser útiles. No sería sino hasta horas más tarde cuando por fin habría de llegar  la calma. Olor a tierra húmeda, a flores dulces en descomposición, a tabaco y a café. El dolor puro, sin angustia, sin incertidumbre, sin más escenarios posibles que lo realmente acontecido.

Pintura: El esposo enfermo de Vassily Maximov.

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