NO SE PRECISA DE ÍNCIPITS, QUIZÁS UN FINAL FELIZ

por Eleuterio Buenrostro

Por Eleuterio Buenrostro

El escritor, Tonino Alegrán, estaba hastiado de la vida. Caminaba con su único par de zapatos, de suela desgastada, arrastrando los pasos. Su destino era una tienda departamental que, por su tamaño, lo hacía ver minimizado en cualquier problema que rondara su imaginario. Su camisa era arrugada, el pelo desaliñado. Cargaba un bloqueo de escritura, que hacía parecer que el mundo permanecía en pausa y venía abajo. Sustrajo de la bolsa del pantaloncillo unas monedas y se dirigió a la fila rápida.

—Encontró lo que buscaba —preguntó la cajera, al notar que no llevaba nada en manos.

—Necesito un litro de inspiración—, urgió con enfado.

La joven cajera lo vio a uno y otro ojo, lo recordaba de algún suceso vivido con anterioridad, pero el perturbado no daba signos, sino de su necesidad creativa.

—Entonces deme por favor unos cigarros sueltos, los que me alcancen —solicitó, dejando diez pesos sobre la banda.

La joven volvió a los costados y al percatarse que no era vista, sustrajo cinco cigarros de su propia cajetilla. El escritor los tomó dispuesto a alejarse.

—Los cigarros son gratis—, agregó, y el joven hizo un aspaviento, dejando las monedas—. La inspiración no se vende por litros —reanudó la joven.

—¿Perdón? —inquirió Alegrán, volviendo.

—La inspiración no se vende en litros —repitió—, se vende en kilogramos, pero con diez pesos no le alcanza para mucho.

*

El escritor, Tonino Alegrán, estaba hastiado de la vida. Despertó en su cama en una mañana fría. Se calzó su único par de zapatos de suela desgastada. Arrastró los pasos hasta llegar a la cocina. Abrió el contenedor del Estro, vertió a la cafetera media porción y esperó a que la infusión alternara a la fase líquida. Al beber el primer sorbo admiró la silueta de mujer que reposaba en su cama. Llegó hasta su vieja máquina de escribir, tanteando en la oscuridad. La inspiración no se hacinaba del todo, quizá no había sido suficiente cantidad. Los primeros tientos llegaron vestidos de fantasma. Volvió su vista, de nuevo, al dormitorio para reconocer a la hermosa que descansaba. Sobre la hoja en blanco escribió:

La miraba restregar un suéter en el lavabo. Dio unos pasos procurando la mayor discreción. Un cotorro australiano desperdigaba alpiste sobre las noticias de espectáculos que estaban en la base de su jaula…

*

El escritor, Tonino Alegrán, estaba hastiado de la vida. Caminaba descalzo, prescindiendo de su único par de zapatos, de suela desgastada. Llegó hasta la cocina, que hacía las veces de comedor, a un cuarto pequeño donde todo se acomodaba al alcance. La única luz encendida caía opaca, sobre su compañera que colocaba los aditamentos para la inspiración. El escritor se sentó a la mesa para dos. Ella sirvió la bebida solo para él.

—¿Qué cenaré hoy? —inquirió.

—Queda muy poca inspiración, quizá mañana sea la última vez que prepares —respondió ella, mientras tomaba asiento.

La joven encendió un cigarro. Alegrán releía las últimas líneas de su escrito.

—Mañana empezaré a trabajar —dijo la chica.

El escritor continuó sumido en la revisión, con el ceño fruncido.

—Este mundo hecho de letras no se compone —reprochó sin darle importancia.

—No existe un mal mundo, existe una mala percepción del mundo —afirmó la joven sonriéndole.

—¿Hasta cuándo dejarán de darle vuelta a estos íncipits inútiles? Ya me tienen mareado —preguntó, corrigiendo lo ya escrito.

—Hasta que sepan lo que realmente quieres —contestó ella, dando una calada a su cigarro y saliendo del cuarto.

*

El escritor, Tonino Alegrán, estaba hastiado de los días malos, pero estaba decidido a afrontarlos. Caminaba con su único par de zapatos de suela desgastada, sin arrastrar los pasos. Su camisa lucía recién planchada, su cabello acicalado. Deambulaba en un bloqueo de escritura, que hacía que el mundo fuera una oportunidad para encontrar inspiración. Sustrajo de la bolsa del pantaloncillo un pañuelo, secó el sudor de su frente e ingresó a una tienda departamental, con dirección a la fila rápida.

—Encontró lo que buscaba —preguntó la cajera, como lo hacía, cada mañana.

—Esta vez necesito amor —dijo, viéndola con expectativas—, no sé si conviene a un trueque —agregó, disponiendo la mano vacía sobre la banda.

La joven le sonrió, guardando los cigarros.

***

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Eleuterio Buenrostro Calatrava, de profesión, escanciador de almas, es un ser inmortal insuflado, no nacido, el 14 de marzo de 2002 en Manuel Núñez. Sobre este último se sabe que es un seudoescritor intuitivo, que se escuda en heterónimos, y latinismos que desconoce, por falta de credenciales como escritor. Vino al mundo un 16 de julio de 1972, en Benjamín Hill, Sonora, cuando el tren de las seis de la tarde anunciaba su llegada. Fue entintado por los tipos de una vieja imprenta, perteneciente a su padre. Marcado en su niñez, se fue a bañar, desde los cuatro años, a las playas de Puerto Peñasco, Sonora, y a secar, desde los dieciocho, en el sol de Mexicali, Baja California, donde reinicia como escritor de tiempo incompleto. Colaboró a finales de los noventa en la sección de música, en la revista Ahí Tv’s. Debido a la apertura que otorga internet fue publicado en la página Ficticia.com, y actualmente colabora en Sombra del Aire, siendo Eleuterio Buenrostro —su nombre de tinta y verdadero artífice—, quien guía su pluma desde el escondrijo. Non plus ultra.

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