LITERATURA Y NACIONALISMO

por Antonio Rangel

Por Antonio Rangel

Me parece un acto de sensatez considerar a la literatura un vehículo de propaganda o un aparejo para el progreso intelectual y moral de los pueblos. Así la consideró Ignacio Manuel Altamirano en 1868, una época dolorosamente imperialista.

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Nueva democracia » David Alfaro Siqueiros

 

Se sabe también que hay una literatura bastante inútil en cuanto a su carácter propagandístico, ya sea por ser sumamente ambigua o porque se pasa de burda. Por otra parte, el progreso moral e intelectual es relativo y difícilmente podemos confiar en que todos tiremos la cuerda del progreso hacia el mismo lado. Más bien hay grupos tirando hacia arriba, otros hacia abajo, unos a la izquierda y algunos más a la derecha. A la historia de este jaloneo le llamamos “progreso”.

Si no estoy de acuerdo con Altamirano, ¿por qué digo que me parece una definición sensata la suya? Por dos razones: porque da cuenta de que la literatura tiene un impacto tal en los receptores que los hace replantearse sus motivos para tirar la cuerda hacia un lado u otro, para dejarla en paz o hacerse de mañas para tirarla con mayor fuerza. La otra razón es la voracidad de los imperios que en los tiempos de Altamirano invadieron México. Sobre todo, en ese sentido, era importante consolidar una literatura que hiciera propaganda a favor de los mexicanos y que diera ánimos para continuar aquí donde nos tocó vivir.

El nacionalismo literario fue una estrategia defensiva, incluso, urgente durante casi todo el siglo XIX. Quizá desde entonces han sido más los literatos mexicanos que han tirado la cuerda hacia el mito de la universalidad o, como se dice ahora, hacia la globalización. Pero podríamos preguntarnos, ¿en el 2017 es posible ser literariamente nacionalistas? ¿De qué se trata? ¿Qué está en juego?

Antes de que Nietzsche naciera, un mexicano escandalizó a la comunidad intelectual una noche de 1836 cuando en la Academia de Letrán dijo: “no hay Dios”. La polémica debió ser fascinante. Ese hombre usaba como seudónimo El Nigromante, y si lo traigo a colación es porque yo quedé muy persuadido con sus argumentos acerca de la conveniencia de la inversión extranjera. ¿Qué es preferible en el caso de una guerra: defender a la patria con un fusil alemán o con un machete oaxaqueño? Con guerra o sin guerra, lo preferible para los consumidores es comprar productos de buena calidad a bajo costo, provengan de donde sea.

Tal vez nos gustaría que la literatura fuera etérea y ajena al mundo mercantil, pero no lo es. Se produce, se distribuye y se compra gracias a diversas tecnologías, en un proceso que involucra a distintos profesionistas. Al autor debemos considerarlo parte del equipo que produce un libro-objeto. Y quizá una parte poco importante. Casi me atrevo a imaginar que en el futuro la industria editorial podrá publicar pseudo-novedades literarias simplemente cambiando el título de ediciones que hayan pasado inadvertidas, en otras palabras, aun cuando desaparecieran los autores el negocio de las librerías podría continuar. No hace falta ser Borges para escribir un cuento con esa trama.

Es más fácil dar cuenta de la calidad del libro como materia que como “espíritu”. Materialmente podemos mencionar el papel, el tamaño de la letra, la cantidad de notas al pie, el tipo de pasta, las ilustraciones, etc. En ese sentido yo tengo pocos libros de calidad, soy un lector pobre y exigente en el otro sentido de la calidad, por eso he comprado muchos libros de bolsillo y en librerías de viejo, porque lo que busco no está en la contemplación de bellas imágenes ni la placentera dicha de tocar el papel o de olisquear el estreno de la primera página, sino en el contenido lingüístico.

¿Sé lo que quiero decir cuando digo que un libro me parece de gran calidad literaria? Definitivamente no. No es que piense que sea algo indescriptible ni espiritual ni ninguna cosa así. No. Es solamente que me siento incapaz de explicar los motivos de mi gusto. Tengo incluso esperanza de que alguien pueda explicarlo un día. Por lo pronto me conformo con señalar que a mí como lector mexicano me gustaría tener traducciones mexicanas de los mejores escritores del mundo, actuales y clásicos. Así como una buena colección de autores mexicanos contemporáneos, de preferencia, al menor costo posible. Esto sería un proyecto nacionalista en lo literario: una gran oferta para los consumidores/lectores mexicanos, y la oportunidad de competir para los productores/autores.

¿Pero es esto posible sin la intervención del Estado? Hace 58 años un gobierno vecino quiso imponer su ideología, monopolizó el papel y la imprenta, es decir, tomó las riendas de la censura y aisló una de las literaturas más sobresalientes de Nuestra América. No es el Estado quien ha de alumbrar el mundo literario.

Quienes producimos literatura en México tenemos el reto de talonear a los lectores de un modo tan seductor que consideren una inversión y no un gasto lo que donen a cambio de un tejido de frases. Quizá sea romántico o poético que la riqueza literaria de Cervantes le fuera insuficiente para evadir problemas económicos, pero lo justo habría sido que también le generara plata.

Los lectores mexicanos, aunque sean un porcentaje de la población minoritario, tienen suficiente dinero como para mantener a todos los que escribimos. Conquistarlos no es una tarea sencilla y sin embargo me parece que el mayor reto es vencer los obstáculos de distribución. Lamento ser tan ambiguo, pero mi intención ha sido afirmar que el nacionalismo literario en nuestro tiempo es posible, sin el amparo del Estado y sin dejar de leer literaturas extranjeras. Hay que atraer al público lector que ya existe: México es el país latinoamericano con mayor número de lectores, confío en que ese número aumente.

Confío asimismo en que los lectores de Nietzsche en México encuentren un día en cualquier librería una edición bonita de las obras de Ignacio Ramírez, el Nigromante, y leyéndolo descubran que para ciertas tareas un machete puede ser más útil que un fusil alemán. Con una frase de ese gran escritor, concluyo:

Hay naciones que, como algunas mujeres, tienen que entregarse a los caprichos del destino para alcanzar su felicidad y engrandecimiento.

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