LA ABUELA

por Tania Susano

Por Tania Susano

El gallo había cantado varias veces ya, pero aún estaba oscuro. No la quiso despertar y salió despacio para no hacer ruido. La niña dormía profundamente.

– ¿Por qué no tomas la leche?

—No me gusta así, de ésta, de vaca.

— ¿Entonces?, ¿de cuál  tomas en tu casa?

—De la caja, sabe distinto. Mejor dame té, como tú.

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Era costumbre de la abuela levantarse en la madrugada, siempre había muchas cosas por hacer. Entró a la cocina, tomó la cubeta del nixcomel y se fue al molino, por eso cuando ella la buscó no la encontró. Decidió entonces agarrar camino rumbo al cerro, a cortar flores de San Juan, era temprano y le gustaba ver el agua del rocío en las hojas de las plantas. Seguro las catarinas tornasol todavía estarían dormidas, acurrucadas en las hojas. Volvió cuando escuchó que su madre la llamaba a desayunar.

— ¿Qué traes en la canasta?

—Flores.

—A ver. No cortes las flores de San Juan en botón, ni los aprietes, porque se secan. Córtalas cuando ya estén abiertas, como ésta. Ponlas en agua para que no se mueran.

—Abuela, las flores cortadas ya están muertas.

—Bueno pero… Mira, huele esta.

—Huele fuerte.

—Se llama romero, sirve para el dolor de panza, para cocinar un pescado y para detener el mal. Haz un ramito, amárralo con un listón rojo y ponlo en la entrada de tu casa, mientras dices estas palabras… Ésta no, no debes cortar ésta.

—Pero está bonita, su flor parece de papel.

—Pero es peligrosa, si no la sabes usar te puedes envenenar y mueres. ¿Para qué quieres tantas hierbas?

—Para molerlas, abuela, y ponerlas a cocinar.

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Llegó del molino, removió las cenizas, puso unos mezotes y sopló. Pronto el fuego hervía el té y los nopales que no hacía mucho estaban en la nopalera, y cocía las tortillas. Había que terminar temprano porque el animal lo llevarían al medio día. La niña, debajo de un árbol, molía las hierbas con una piedra. En una pequeña cazuela de barro tenía pétalos de colores para decorar los pasteles de tierra.

—Hay que echarle agua a la harina, así.

—Parece un volcán.

—Sí, parece uno. Lo vas a ir deshaciendo de los costados para que se revuelva todo, poco a poco. ¿Le pusiste la sal?

—Sí, y el azúcar también. No le eché ralladura de limón, le eché ralladura de naranja.

— ¿Qué figura quieres?, ¿un corazón?

—No. Una hoja. A papá le gustan los árboles.

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Vio cuando llegaron con el cerdo, era grande y rosa. Hacía mucho ruido y no quería entrar al chiquero. Se acercó, pero su papá la apartó y le dijo que se fuera a otro lado, porque el animal estaba asustado y podía tirar la puerta. Le dijo también que los puercos muerden. Ella tenía fijos sus ojos en los ojos del cerdo. Estaba sorprendida de que el animal tuviera pestañas.

La abuela la esperaba para hacer tortillas pero nunca apareció. Ella tomó la bicicleta y pensó: —iré después..

—Era un campo como el de la milpa, abuela, y yo lo veía desde arriba porque podía volar.

— ¿Y no te daba miedo?

—No, abuela. Podía ir muy rápido, o, si quería, más lento. Muy arriba, o abajo. Extendí mi mano y toqué la hierba, se sentía suave.

—Esos son buenos sueños. Hay sueños malos, como soñar carne cruda o agua sucia, esos no traen buenas cosas.

—Abuela, yo luego veo sombras, cuando duermo, como remolinos, en sueños de los que no puedo despertar.

— ¿Y le has dicho a tus papás?

—Sí.

—Tienes esos sueños porque juegas con el fuego.

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Dejó la bicicleta recargada en el machero. Alcanzó a escuchar que su madre la llamaba, pero no hizo caso. —Quiero té de la abuela, sopa de la abuela y un pan— pensó. Pasó a lavarse las manos y a mojarse la cara al lavadero. Dio vuelta a la pileta, para entrar por la cocina de leña, y entonces, la vio. Fue todo muy rápido, el cerdo no hacía ruido, estaba como hipnotizado, la abuela lo acariciaba mientras murmuraba algunas palabras. En un segundo, cortó de un sólo tajo el cuello del animal. El cerdo cayó y comenzó a temblar. Lasangre corrió por los escalones de piedra, hacia donde estaban ella y sus pies. Y entonces,  la abuela la miró. — ¿Qué haces aquí? No lo mires, mírame a mí. Y ella puso sus ojos en los de la abuela. —No llores, no sientas dolor por él, si no no lo dejarás morir, y la carne no servirá. Vete a tu casa. Anda. Antes de que la sangre llegara a sus zapatos, ella pudo moverse y correr a su casa.

—Tu papá iba a morir joven. No me dolió en el parto, y eso pasa con los niños que no duelen al nacer.

—No digas eso, abuela, ¿no lo querías?

—Hay muchas formas de querer.

IMAGEN

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Tania Susano es egresada de la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesionista independiente en la enseñanza del español, la Literatura y el Fomento a la Lectura. Lectora en voz alta de los montajes Las Insurrectas de la Literatura; La Tierra Que Nos Dieron, conmemorando al escritor Juan Rulfo y El Amor, recital de poesía y música. Docente del Diplomado Interdisciplinario para la Enseñanza de las Artes en la Educación Básica, que dirige el Centro Nacional de las Artes.

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