EN LA OSCURIDAD

por Iván Dompablo R.

Por Iván Dompablo

Otra vez tarde… Mientras tiras las prendas sobre el piso percibes el olor del tabaco. Para mí, a pesar de este maldito vicio, tu aroma es distinguible, la habitación se ha llenado de él. Como tus pupilas aún no se adaptan a la oscuridad tratas de guiar los pasos con el ascua del cigarrillo que abandoné en cuanto entraste semidesnuda, solo unas bragas blancas te cubren ligeramente el sexo, cálido, líquido y palpitante en que me pierdo todas las noches.

en la oscuridadMe gusta esperarte oculto, jugar a ser el animal que asecha entre penumbras la presa, aunque estoy consciente de mi papel que ha sido siempre el otro, el de la presa. Al final de todos los días te aguardo con paciencia metido en este viejo cuarto que eternamente huele a humedad; te quedas parada ahí, a mitad de la alcoba, de pie esperas mientras afuera anda el viento amenazador entre pinos y abetos que aúllan al contacto de sus garras, también a ti te alcanzan, tiemblas. Suelto la última bocanada de humo que empieza a asfixiarme, me levanto y camino como si no intuyera tu presencia. Pero sabes que es mentira, muy pronto estaré a tu lado; entonces, cuando me aferre a tus muñecas llevarás una al pecho y la otra al vientre, cada gemido marcará un leve estremecimiento mientras nos confundimos en una sola sombra y por ese instante olvidaré tu traición. Ahora él ya no existe…

A menudo recuerdo el gesto de incredulidad que aún poseía Mariana cuando tuvo frente a sí las cenizas de Gustavo. “¿Por qué?, ¿por qué?”, se preguntaba mirándome con sus doloridos ojos, pues justo en plena sala encontraron el cadáver nadando en un oscuro charco de sangre nauseabunda. Después de todo, ni una sospecha, hasta hoy no encuentran un motivo.

Te digo que recuerdo la mirada de Mariana todos los días al amanecer, en tanto enciendo el primer cigarrillo; es cuando pierdes la sonrisa, te posas sobre un espejo lejano mientras divagas. Luego tratas de confortarme. Gustavo, mi amigo, desde hace varios meses reducido a cenizas yace encerrado en una urna.

Debo irme al trabajo pero antes me preparo para la ducha, abro la llave de la regadera y el agua cae de lleno en mi espalda erizada; te bañarías conmigo, me lo has dicho tantas veces, pero no soportas mi costumbre de hacerlo con agua helada, es mejor así. Finalmente, mientras paso la navaja de afeitar sobre mi rostro recuerdo ese semblante, Mariana preguntó “¿Por qué?”. Es extraño que Gustavo me observara de la misma forma al darle el primer golpe con la navaja, me sentí mal, no lo soportaba, entonces para acabar pronto le di uno, otro, luego otro más, no supe cuantos golpes fueron, dicen que veintiuno. No recuerdo bien, al terminar le dije: “con esto queda saldada la cuenta de lo que hiciste con mi mujer”. No sé… Él lo había negado.

La verdad es que nunca sabré si realmente me traicionaste y si fue él o fue otro, pero se miraban de tal modo que quizá un día…, por eso lo hice. Al principio tuve miedo y no sé si hubiera podido negarlo, ahora sé que no mentiría, no fui yo, no podría, fue el otro, el que es paciente y te acecha todas las noches mientras te desnudas bajo las sombras en espera del momento exacto para saltar y poseerte; yo no podría, siempre desespero y me ahogo ante la idea de tu traición.

TE PUEDE INTERESAR

Dejar un comentario