DISERTACIONES SOBRE LA OMNIPOTENCIA

por Marisela Romero

Por Marisela Romero

Usted se puede sentir feliz con las situaciones más catastróficas, no sin ser señalado por los otros por tan monstruoso deleite. Debo advertir que en adelante me referiré a algunos humanos (y sus variantes: homo sapiens, entes, etc.), pues no se debe generalizar el actuar de las personas, bajo ninguna circunstancia. Por economía del lenguaje y con su consentimiento —querido lector—, me tomaré esa libertad.

Madre naturaleza-Jesús Campos

Madre naturaleza » Jesús Campos

 

Es hilarante cómo los mismos seres humanos que se jactan de tener el control de la naturaleza, la superioridad sobre el resto de las especies animales habitantes del planeta; estos animales superiores poseedores de sapiencia y máxima racionalidad, corren despavoridos y se ocultan de las inclemencias climatológicas que superan apenas lo considerado como normal.

Viento, frío, lluvia o calor extremos, pueden ser enfrentados y entendidos por los entes superiores, sobrevivientes a siglos de selección natural por su extraordinaria adaptabilidad —gracias a sus cerebros superdotados—, siempre y cuando sucedan en los tiempos establecidos y con las características definidas por los expertos. Basta que estos traviesos elementos se conjuguen en un solo día para desconcertar a sus domadores y los lleven al extremo pánico colectivo.

¿Quién domina a quién entonces? Me causa un enorme gozo confirmar que la omnipotencia no pertenece al homo sapiens. Este cuarteto nos viene a recordar la existencia de un Poder Supremo (Dios, naturaleza, destino; sea como sea que lo entienda usted), el hado al que debemos confiar nuestro porvenir y más que temerle debemos tratarlo con respeto.

No digo que el ser humano deba abandonarse a su suerte sin cuestionamientos, sin curiosidad, sin constante reflexión de los sucesos a su alrededor. No debemos olvidar el libre albedrío al que se referían varios estudiosos desde hace siglos, distinguir entre el bien y el mal, tomar decisiones y actuar en consecuencia. El hombre debe buscar y encontrar la mejor manera de resolver sus necesidades elementales, utilizar lo que tenga a su alcance sin olvidar la existencia de otros seres humanos, de otras especies con sus propias necesidades.

En mi opinión, la Madre Naturaleza reacciona ante el mal uso de sus recursos; no ha sido tratada con cortesía y trata de restaurarse a sí misma, ni siquiera creo que esté castigando al pequeño ser humano con furia aleccionadora, no.

Reflexionemos: ¿realmente son los fenómenos naturales los que nos ponen en riesgo? ¡No! ¿Hiere o mata al hombre un terremoto, las lluvias torrenciales o el viento tempestuoso? ¡Básicamente, no! El mayor riesgo proviene del enorme anuncio que construyó y colocó el hombre; resulta también de aquel edificio confeccionado con material de baja calidad, porque los orquestadores de su construcción abaratan los costos en pro de una ganancia mayor para ellos; el riesgo está en la invasión de cerros y ríos con asentamientos humanos irregulares, cuando el agua sólo busca su cauce natural.

El mayor riesgo está en la falta de mesura del homo sapiens al utilizar los recursos naturales para su provecho y subsistencia, en la incapacidad de lograr el tan mentado desarrollo sustentable, concepto con el que adornan pomposamente infinidad de discursos, sin la veraz intención de conducirse para alcanzarlo como objetivo primordial.

Ambición, abuso y despropósito resumen el actuar de la humanidad a lo largo de la historia, que la ha llevado a esta involución que tanto padecemos en la actualidad. Debo agregar: a este negativo campo semántico, se une la deliberada omisión de la otredad, es decir, además de considerarse omnipotente, el homo sapiens también ignora a sus semejantes, o peor aún se vale de ellos para conseguir sus cruentas y egoístas metas.

La cuestión es disfrutar las maravillas de la naturaleza con la simplicidad de un niño confiado en los cuidados de sus padres, aún en las situaciones más inclementes, después de todo, las condiciones climatológicas más adversas, también son testimonio de la magnificencia de la Omnipotente Naturaleza, que jamás dañaría a sus hijos. No deliberadamente.

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