DE FORMALISMOS, PROTOCOLOS Y OTRAS FRUSLERÍAS

por Alberto Curiel

Por Alberto Curiel

-Abróchate el cinturón, por favor, recuerda las fotomultas. ¡Así no!, sujétalo bien, ¿por qué lo colocas sobre tus rodillas?

-Me ahorca el abdomen, no puedo respirar.

-Se llama obesidad.

-¡Ja, ja! Gracioso.

-Sobrepaso mis límites, soy extremadamente simpático, ¿no crees…? Sabes que no es cierto, flaca.

-¿Flaca o gorda? Decídete, me pones en un predicamento. Lo he acomodado bien… prefiero que el cinto no se recargue en mi abdomen, es sumamente incómodo, mejor lo jalo hasta que llegue a mis rodillas y listo, máxima comodidad, incluso me parece un amarre más funcional, amor. ¿Entonces?

-¿Entonces qué?

-¿Flaca o gorda?

-Olvídalo.

-Qué fácil es decirlo, primero me injurias con una filosa navaja de afeitar justo entre los dedos del pie y después me pones un curita en la mano; es una de esas afirmaciones que logran persuadir tu atención todo el día. ¿Me comprendes?

-Sí, sí, descuida, sólo fue una brillante broma, ahora permite que me concentre al volante.

-Mmm… ahora soy una distracción, ¡muy bien! Omití que los hombres se enajenan en una actividad única, carecen de talento. Mírame, pinto mis uñas al tiempo que charlo contigo y reviso mis apuntes de Von Leibniz. Umm… Vero diría que ese fue un comentario machista.

-A ti no te gusta pintarte las uñas, ¿en verdad lo estás haciendo…? ¿Quién es Von Leibniz?

-Daah… El tío Gottfried ¿Inventor del cálculo infinitesimal, creador del sistema binario, uno de los tres grandes racionalistas?, ¡baah!, ¡todo el mundo lo sabe! Y sí, coloreo mis uñas con unas bellas figuras abstractas.

-Por supuesto que lo sabía, sólo intentaba ponerte a prueba.

-Claro… claro. ¿Has leído los libros que te he prestado?

-No todos, pero me he leído a Homero y a Maquiavelo.

-¡Vaya combinación!

-¿Y Vero?

-¿Vero qué?

-¿Quién es?

-¡Aaaah! Después te diré.

-Dices eso cada que la mencionas.

-¡Entonces sabes quién es Vero!

-¿Quién?

-¡Mi amiga a la que siempre menciono!, ¡acabo de nombrarla hace un momento! tu memoria es un desastre.

(Luis resopló abrumado, sin distanciar la mirada del camino).

-¡Sube el volumen, adoro esa canción!

-No creí que te agradara Redbone, súbelo tú.

-¿Acaso no sientes que tus pies se mueven solos al dejar entrar en tus oídos Come and get your love? Quisiera bailar.

-Diana, tú detestas bailar.

-Cierto, es muy aburrido; menearé la cabeza. No hay nada como un parsimonioso palique a mitad de la noche, mientras las huestes de memos zapatean interrumpiéndose únicamente para enunciar discursos hueros, monsergas de perogrulladas que llaman sabiduría ¿Comiste lo suficiente? Ya sabes, por si la comida se posterga.

-No, así podré comer más.

-¡Eres un gordo!, ¿y si los platillos no tiene buen sabor?

-No me fastidies el banquete, ¡es gratis! Además me he asegurado de elaborar un plan de contingencia; revisa mi mochila. ¿Lo ves? Traigo la torta de milanesa de emergencia y, por si fuera poco, incluí quesillo y salchicha en su elaboración. ¡Soy un genio!

-Tu humor infantil me hace una gracia peculiar, en ocasiones lo detesto, pero en otras tantas… ¿no te parece un fastidio?

-¿Mi humor? No, ¡es mi don! Una pesada cruz que debo cargar. Cuidado e intentes revelarte ante mí, soy capaz de aplicarte unos chistes de alta escuela.

-Hablo de la parafernalia, tanta ceremoniosidad y formulismo para una fiesta de quince años, una boda, graduación, cena con los suegros, universidad, solicitud de empleo… la vida es un consomé de recetas bien pensadas para convertirnos en ganado cerril ¡Odio los ismos!, dime uno bueno.

-¿Te molesta ir a cenar con mis padres?

-Sí, sí… Pero no es por tus padres, es decir, sí, pero no; es la rutina que debe perpetuarse. Debemos abandonarnos e incorporarnos en una sustancia gelatinosa, ahormar en el nicho, ¿me comprendes? Una debe poner la traza simpática, la sonrisa encantadora, el saludo en la frente, la “buena educación”, como si no fuese suficiente con un “¿qué hay?” generalizado que abarque hasta la última fila, hay que disponer de antifaz y  tacón alto, metafóricamente, claro. ¡Odio los tacones!, son incómodos, caros, insalubres… jamás los he usado, ni lo volvería a hacer. Hay que disfrazar la mónada, erradicarla, ¿me comprendes?

-Perdona, tuve que bajar el volumen, ¿me puedes decir si paso de tu lado?

-¿Necesitas bajar el volumen para atravesar un tramo estrecho entre autos? ¡Sí, sí pasas! ¿Crees que mi escote es demasiado provocativo? No debería preocuparme por eso, Vero diría que me encuentro bajo el influjo machista, y que poseo el derecho de andar desnuda si lo deseo. ¿Y bien, qué opinas de lo que te dije?

-Que estás de suerte, esta noche no cenaremos con mis padres, iremos a la boda de Paco. Y sí, tu escote me provoca sobremanera.

-¡Pillo! Quisiste decir que asistirás a comer gratuitamente, y yo a aburrirme mientras finjo que disfruto el pastel de bodas, ¡odio el pastel!

-También beberé sin costo alguno. Asimismo, veré a mis viejos camaradas, y cuando termine la noche disfrutaré de tu escote ¡Gran plan!

-Visto desde esa perspectiva…

-¡Pilla!

-No has respondido a mi cuestión. Mírate, estás ataviado hasta las orejas porque es la prescripción de indumentaria pertinente para este tipo de folclore, ¿y si decidieses portar bermudas y camisa de tirantes, si elegieses la comodidad antes que la estricta y sistemática formalidad? Aborreces camisas y corbatas, sin embargo te has trajeado hasta la asfixia. En cualquier momento romperás esos pantalones…

-Entonces evita excitarme.

-No me interrumpas, Luis. Sabes a qué me refiero, rasgas holgados pants en unas cuantas horas, ¿cuánto resistirá un pantalón de lino?

-Es de lana delgada.

-¡No me interrumpas! Olvidaré lo que estoy diciendo si continúas de ese modo. Me ocurre algo siniestro últimamente, me cuesta rememorar conceptos, ideas… Me he leído todo Platón, todo Hegel, todo Heidegger y los he olvidado. ¿En qué estaba?

-Hablabas de lo mucho que te incomodan  mis padres y amigos…, la vida misma.

-No, no, no, parece que mi alegato no es lo suficientemente claro ¿Eres de aquellos que piensa que Nietzsche odiaba la vida por su constante protesta? Quizá pueda hacer uso de la mayéutica para intentar explicarme.

¿Te parece justo no encontrar un mejor empleo por no haberte titulado aún, acaso te parece necesario tanto trámite y tiempo a la expectativa? No conozco mejor publicista que tú, la creatividad escurre de tus narices.

-Es subjetivo, del mismo modo que yo merecería titulación inmediata, existen sujetos que no merecen certificado de preparatoria, y por azares del destino han aparcado en el último semestre universitario.

-Es verdad, quizá necesitemos algo más sencillo. Dime, ¿tus amigos y tú nadarán en los mares del cosismo?

-No nadaremos en nada, Diana.

-¿De qué temas hablarán?

-De… muchas cosas.

-¡Ah, hice bien en traer tus goggles y tu traje de baño!

-Es que tú quieres que la gente se relacione con fines de estudio e ilustración nada más, ¡olvidas la recreación!

-¡Jamás! El contratiempo es el solaz perenne que oblitera la razón, “aquello de pensar es cansado, aburrido, entonce­s no hay que pensar”. “Seguir órdenes es una profesión cómoda, fácil, ¡vivan las órdenes!”.

-¿Quién sigue órdenes?, se puede vestir o  andar de alguna forma por arbitrio propio.

-¿Habitus, capital cultural institucionalizado, hegemonía del pensamiento?

-Si no querías acompañarme, lo hubieras dicho.

-No debes angustiarte, seguro que el whisky dirá algo interesante.

-¿Por qué has pintado tus uñas si eso es algo que te parece redundante?

-Diversión… no las he pintado como marca el reglamento, mira bien, coloreé hasta mis palmas, el auto se movía demasiado, sólo quería pintar mis dedos.

Martín Vivaldi diría que vivimos en pleno cosismo… La tendencia al menor esfuerzo pensante… la palabra cosa se emplea cada día más. Con ese comodín se designa todo: lo material y lo inmaterial, lo simple y lo complejo, lo preciso y lo impreciso, lo animado y lo inanimado. Lo mismo ocurre con conceptos como la buena educación, la elegancia, lo correcto y lo debido. Nos conservamos en movimiento gracias a la réproba ataxia consensuada.

-Llegamos, Diana.

¡Espera a que yo te abra la puerta!

-¡Vero diría que eso es machismo!, ¿por qué no puedo bajar yo sola?

-Son buenos modales…

-Volvemos a los protocolos.

-Ahí está Paco y su nueva esposa, saludemos.

-¡Qué pedo, Paco! Felicitaciones, supongo.

-Pensé que ya no vendrían, ¿cómo estás, Diana?

-¡Buenas noches, flamantes novios! Muy bien, gracias, ¡no sabes qué gusto me da verlos! Discúlpanos, querido, tu amigo condujo por vías equivocadas, y yo que no encontraba qué ponerme para una ocasión tan especial, ¡es una lástima que no llegamos a la boda por la iglesia!, ¡qué rico se ve el pastel!…

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Matrimonio a la moda: la toilette >> Óleo sobre tela (68.5 X 89 cm) >> William Hogarth

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