BAJO LA ARENA

por Alberto Navia

Por Alberto Navia

El siglo XX fue, con mucho, el más violento y mortal de la historia de la humanidad. Los pueblos de todo el mundo se vieron envueltos en vehementes revueltas que masacraron una enorme masa humana. Desde el este hasta el oeste, desde el norte hasta el sur, en algún momento, en cada rincón de la Tierra, se ha desarrollado un conflicto armado. Así, y por efecto de esto mismo, la evolución tecnológica militar llegó a tal desarrollo y efectividad que permitió alcanzar uno de los objetivos más ansiados por los pueblos bélicos y también el más terrible: la aniquilación total de la especie, el arma total: la bomba atómica.

Aun cuando hay registrados más de 130 conflictos a lo largo del siglo XX (lo que implica un promedio mayor al de un conflicto por cada año de los cien años del siglo), uno de ellos es el que tiene la dudosa honra de lograr el terrible título de “Guerra Total”; evidentemente me estoy refiriendo al conocido como Segunda Guerra Mundial que, durante más de cinco años, enfrentó a los pueblos de Europa, Asia, África y los Estados Unidos de Norteamérica. Es durante este conflicto que se efectuaron dos de los actos más cruentos y salvajes de los que ha hecho gala nuestra especie en contra de sus propios hermanos: uno: el holocausto judío llevado a cabo por Alemania y otro: el bombardeo atómico a Japón efectuado por los Estados Unidos de Norteamérica. Estos solos dos pavorosos sucesos han llenado bibliotecas completas de documentos y libros así como consumido miles de kilómetros de película para mostrar los eventos referentes a ellos. Esto, aunque inevitable y necesario, ha hecho perder de vista las pequeñas historias individuales que se difuminan ante el horripilante espectáculo total.

Esas pequeñas historias que forman parte de las batallas o que se vivieron como consecuencia de ellas, aun cuando mínimas, encierran el dramatismo de aquellos seres humanos arrastrados a la catástrofe. Es de una de esas tales historias de las que esta vez quiero hablarles.

Martin Pieter Zandvliet, joven director y guionista danés, ha usado una de esas historias difuminadas en el gran drama de la Segunda Guerra Mundial para crear un soberbio film. Nuestra historia se desarrolla dentro del periodo de la postguerra: Alemania ha sido vencida pero no sin antes echar mano de sus últimos recursos: utilizar adolecentes como soldados. Ya, desde luego, este solo hecho nos pone en antecedente de lo profundo de este drama. Un grupo de tales soldados adolecentes ha sido capturado en Dinamarca y son obligados a retirar las miles de minas enterradas por el ejército alemán en las costas de Dinamarca. No les contaré nada más de la historia para permitirles disfrutar de esta pequeña joya del cine independiente.

Zandvliet usa magistralmente la tensión dramática para obligar al espectador a permanecer al filo de su asiento. El paisaje, sobrio pero hermoso, que enmarca el drama representado crea una dialéctica entre una naturaleza apacible y violentas escenas que incrementan el dramatismo del film sin tener que recurrir a los ya bastante desgastados efectos visuales al estilo holywoodence. Y, por supuesto, no deja de agradecerse un film hablado en alemán y danés, lo que da un grato respiro dentro de la sofocante invasión de cine en donde hasta los extraterrestres y los seres fantásticos hablan en inglés.

Como he dicho anteriormente, no quiero adentrarme en mayores detalles de la trama para no arruinar la experiencia de ver semejante obra cinematográfica pero, por supuesto, puedo adelantarles que se encontraran con una excelente fotografía, una actuación soberbia y un guión muy bien estructurado. ¿Qué mayor garantía se puede pedir? Así que, vamos amigos, los invito a disfrutar de “Under sandet” (Bajo la arena) de Martin Pieter Zandvliet.

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