6. LA IMPERFECCIÓN (1/3)

por Alejandro Roché

ABRAXAS

Aquella voz en lontananza semeja un suave murmullo que adormece los sentidos, y Deizkharel apenas logra contenerla en añoranzas de una mullida cama. Entre el aletargamiento y la vigilia, en remembranzas intenta recordar por qué el colchón es ortopédico, hace tanto tiempo de su uso, que ya olvidó por qué debe dormir en él y, en aras de averiguarlo, somete su memoria a múltiples cavilaciones, hasta que recuerda una caída en la escalera, culpa de unas canicas olvidadas por el niño del 202. Ahora que lo piensa, tal vez se deba a ello su aversión a los niños y no a la seguridad económica que desea alcanzar para ser padre, de esa manera el subconsciente reprime sus añoranzas de tener un bebé en brazos, pues si un niño ajeno le privó de un mullido colchón, qué no sería capaz de provocarle uno propio, sólo la muerte seria el límite de sus travesuras. Sin embargo, ¿morir no es su principal temor? ¡Sí! Ahondando en sus recuerdos, la muerte es el verdadero recelo a la paternidad. La razón es que Deizkharel creció en un orfelinato, a sus padres los desconoce, y el temor de que sus hijos sean huérfanos es muy grande. Es ahora cuando se percata del auténtico motivo por el cual aplaza el embarazo de Alétse.

Divagando en sus traumas, un par de manos tersas acarician su rostro, Alétse semirecostada a un lado, le mima con besos y, a pesar de esto, Deizkharel continúa absorto en sus pensamientos.

—¿Qué te pasa? Me preocupas. ¿Estás enfermo cariño?

Sólo el silencio responde a Alétse y, segundos después, de súbito, Deizkharel levantándose de la cama, fija la mirada en su esposa, da pasos lentos alejándose de ella, la observa detenidamente. Alétse ve los ojos extraviados de Deizkharel y, sin embargo, él no soporta su mirada y la desvía.

—Me estoy volviendo loco. Soñé que… nada… olvídalo… fue sólo un sueño…

—¿Por qué no me lo cuentas?

Deizkharel mueve negativamente la cabeza, quisiera contárselo, pero no tiene caso; ella jamás comprenderá y, como siempre, terminaría con uno de sus clásicos sermones. Prefiere callar. Recostándose en la cama nuevamente, se lleva las manos a los ojos para restregarlos, una voz le habla, es un suave murmullo, casi imperceptible. Abre los ojos, ve a Alétse sentada a su lado, sólo puede ver su espalda y parte del rostro, pero tal escena es suficiente para causarle lástima. Y es que ella es perfecta, si a él le dieran a elegir entre Alétse y otra mujer, sin duda alguna la volvería a escoger. ¿Quién como ella? Siempre esta ahí, cuidando de él para abrazarlo cuando en las noches se despierta bañado en sudor, o simplemente para conversar, y esto último le encanta.

Muchas veces se pregunta por qué se casó con ella, y quizá la razón es porque fue la única mujer que lo pudo comprender, la única persona que conoce sus pensamientos, la única que al besar le provoca una sensación exquisita y reconfortante, similar a cuando se imagina en su isla lejana. En brazos de Alétse nada más importa, es la entrada a un mundo solitario y desértico, donde puede aislarse de todo y soñar bellos momentos. Ahí nada le perturba, sus ojos no le traicionan y la realidad pierde su crudeza, al grado de apreciar las trivialidades de la vida.

Ahora, al contemplarla de espaldas, le invade un remordimiento, porque sabe de su comportamiento egoísta. Raras veces se preocupa de si Alétse es feliz. Esa cuestión le perturba, pues desconoce la verdad, tiene miedo de preguntar y recibir una respuesta desfavorable. Por ello siempre se propone cambiar, tratando de quererla un poco más y quizás hasta de amarla.

Ella es una buena mujer, cualquier hombre desearía tenerla a su lado; no es fea, nada fea. Sus rasgos felinos de mirada penetrante, son su mayor atractivo, sin soslayar su largo cabello que gusta de acariciar en las noches invernales, pues siempre es cálido, y de el se desprenden esencias exóticas de mar.

De espaldas, Deizkharel observa detenidamente a Alétse, en esa pose, semeja a una niña tierna y dulce. Ella está triste y seguramente él es la causa, pero no puede evitarlo, ella quiere compartir todo con Deizkharel, y él también siente la inherente necesidad de externar las irrealidades que  se le presentan cada día, pero no, son demasiado aterradoras. Ya tiene suficiente él con lidiar diariamente con ellas, como para hacerla partícipe también a ella de esa orbe espectral.

En tanto, el remordimiento consume a Deizkharel, el murmullo que hace sólo instantes llegaba a sus oídos, se torna en voces murmurantes de ininteligibles vocablos. Lentamente, una voz cobra fuerza de entre las demás y repite la misma frase.

—¡Ilumíname, Señor! Porque la bestia ha salido de su guarida dispuesta a devorar a los hambrientos, robar a los pobres, torturar a los que lloran y aprisionar a los perseguidos. ¡Que las risas callen su alegría y pronuncien plegarias para ablandar él corazón de Deizkharel! ¡Ilumíname, Señor! Porque la bestia…

Deizkharel ve a su esposa, mira alrededor y se da cuenta de que no hay nadie más en la habitación. Suspira y procura pensar en otra cosa, pero esa voz continúa resonando en sus oídos y creyendo que es sólo la somnolencia, se levanta encaminándose al baño para refrescar su rostro. Ya con el agua fría goteando de su faz, se observa en el espejo en tanto la voz existente sólo para Deizkharel, pregunta:

—¿Ya hablaste con el Demonio, verdad?

—¿Quién eres?

—No importa quien soy. ¿Ya hablaste con el Demonio?

—Sí, o…

Deizkharel mira a su alrededor buscando la fuente sonora.

—¿Qué te dijo?

Nuevamente busca dentro de las cuatro paredes del baño.

—No lo sé, él me mandó a preguntarte…

—¡Oh, no! ¡Que Dios nos ampare, pues él ya sabe que estamos aquí! Pon atención y escúchame.

Sin hallar alguien cercano a él, se lleva las palmas al rostro, cae de rodillas enfrente del lavamanos.

—¡No lo sé!

—¡Escucha!

Deizkharel sólo asiente con una genuflexión.

—Tú has sido elegido por Dios para darle muerte porque…

Con voz temblorosa y mirada perdida pregunta:

—¿Matarlo? Pero si es un Demonio…

—¡Ah! Debes saber que hace siglos, según narran leyendas de libros apócrifos, un arcángel fue arrojado del cielo por haber dudado de la supremacía de Dios y, lejos de la mirada del todopoderoso, creó las estrellas, la tierra, el agua y toda criatura visible e invisible; por último, creo a un par de criaturas excelsas que habrían de continuar su obra, porque sabía que Dios le castigaría por tal atrevimiento. Así, el Señor le confinó a una dimensión de espíritus impuros, de la cual no podría escapar, pero lo ha hecho y está furioso, pues las leyes que les dio a sus criaturas fueron olvidadas para dar lugar a la adoración del Dios vivo y verdadero. Tales son las razones por las que debes matar al Demonio, cuyo nombre es SAXARBA. De no hacerlo, el final de los tiempos se apresuraría y está escrito que tales días aún están muy lejos del albor.

Deizkharel se da cuenta de las incoherencias en las palabras y, evocando su incipiente instrucción religiosa, pregunta:

—¿Y cómo sabes tú? Si esta escrito que en cuanto se refiere a ese día y a esa hora, no lo sabe nadie, ni los ángeles de Dios, ni siquiera el Hijo, sino sólo el Padre.

—Debes saber que vengo en nombre del Dios cuyo nombre es desconocido.

—Dices que vienes en nombre del Dios cuyo nombre es desconocido. Si tus palabras son correctas ¿Quién eres tú?

—Soy el ángel del Señor.

Ésta no es la primera vez que escucha esta respuesta, pero ahora trata de hallar lógica y, pensando serenamente, pregunta:

—Si de verdad eres un ángel, debes decirme ¿qué es un ángel?

—Un ángel es un ser incorpóreo. Somos incorruptibles porque carecemos de materiay nuestro nombre es debido a las enmiendas del Altísimo y no a la naturaleza de nuestro ser. Los ángeles somos en gran número, porque es costumbre de Dios el aumentar la cantidad de cosas perfectas. Nosotros podemos hablar con él para recibir gracias, consultar su voluntad y aprender de el, pero nunca para hacerle saber algo, pues lo sabe todo.

—¿Y qué es un Demonio?

—Ángeles y Demonios fuimos creados en gracia. Pero Satanael quiso ir más allá de su naturaleza y aspiró a ser Dios, no por igualdad, sino por semejanza. Los Demonios no son malos por naturaleza, sino por su mala voluntad, ellos jamás serán perdonados porque los caídos hicieron una elección definitiva y ésta es irrevocable.

Dios no sólo creó criaturas perfectas, sino también a los hombres y, al darles el aliento divino, lo hizo sin pretensión de recompensa alguna. El hombre desobedeció a su creador y él no los destruyó. Incluso, les enseñó cuál era el camino para nuevamente congraciarse, y si esto no es suma bondad, nada podrá serlo.

Deizkharel, en su ignorancia, no comprende los argumentos, pero reflexiona y, percatándose de la gran contradicción, pregunta:

—Contrarias son tus palabras a tu proceder, si entiendo lo que dices, Dios es el sumo bien, por quien es y procede todo cuanto existe; entonces cómo pudo un Demonio hacer su voluntad, como la de dar vida a una criatura como el ser humano, si antes no era consentida por el creador. Esto implicaría que si el juicio final es cercano, nadie puede contrariar tal suceso, porque es voluntad divina, y ésta es incontrariable.

—Debes saber que por voluntad divina el destino de la humanidad se halla en tus manos.

—¡Mis manos!— En Deizkharel todo razonamiento es nulificado, porque su vanidad acalla cualquier duda.

—Y si tienes razón, ¿cómo llevar a cabo lo que me pides? ¿Cómo matar a un Demonio?

—La espada con la cual fue arrojado SAXARBA de la contemplación divina, se escondió en un mortal, cuya vida ha sido una constante reencarnación, por tal motivo el Demonio vino a ti y quiere destruir tu alma, pues en ella guardas el arma capaz de confinarle nuevamente al lugar de donde nunca debió escapar.

—¿Una espada? ¿Cómo utilizarla?

—Ese es un conocimiento que sólo radica en tu memoria. Esfuérzate un poco y hallarás la forma de darle muerte. No falles, Deizkharel, pues no habrá otra oportunidad. Olvidarás esta plática por ahora y a su debido momento la recordaras. Es mejor así y quizás engañemos a SAXARBA de tu desconocimiento de la situación. No te preocupes en cómo darle muerte, porque llegado el momento, el Espíritu de Dios descenderá sobre ti.

Nuevamente, recobra un poco de cordura y cuestiona:

—¿Y por qué vienes tú?

—No debes cuestionar los designios del Señor o caerás de su gracia y te maldecirá. Encomienda tu alma al Señor, porque la hora en que se derrame la sangre de la bestia ha llegado.

Deizkharel, acomplejado por haber dudado, cree en las palabras y asienta con la cabeza en aceptación de acatar la voluntad divina.

Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.

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